En mi última novela, Morir donde nace el cierzo, he contado la historia de Juan, un hombre que se siente obligado a adelantarse al final que determina su enfermedad.
Este relato me ha permitido explorar y reflexionar de nuevo sobre temas que siempre me han cautivado, tanto desde un punto de vista filosófico como emocional. He intentado que el lector se haga preguntas, junto al protagonista, sobre la existencia y el misterio de la muerte.
No me atrevo a decir que he obtenido respuestas, pero el camino que me he obligado a seguir me ha conducido por nuevos horizontes y también a considerar que la vida es solo un aspecto particular de la propia existencia. Me he aventurado con la especulación y, aunque ya sabemos que no hay certezas, he obtenido muchas y nuevas preguntas y también algunas respuestas personales.
Sobre las Experiencias cercanas a la muerte.
Son bien conocidas las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM), fenómenos descritos por algunas personas que han estado en situaciones críticas donde su vida estuvo en grave peligro, como paros cardíacos, traumatismos severos o estados de inconsciencia profunda asociados a la muerte clínica transitoria. En los relatos de quienes las han experimentado, se describen vivencias intensas y detalladas, que a menudo incluyen una sensación de paz profunda, la percepción de estar fuera del propio cuerpo, el tránsito por un "túnel" hacia una luz brillante, encuentros con familiares fallecidos o figuras simbólicas y, en algunos casos, una revisión en forma de imágenes de momentos significativos de su vida.
Me sorprenden las conclusiones a las que llegan algunos observadores, a menudo poco respetuosos con el método científico, a partir de los datos obtenidos de las investigaciones sobre estas experiencias. Con frecuencia, dan por válida la persistencia de la consciencia más allá del momento que marca la muerte. Es cierto que las ECM pueden resultar esperanzadoras ante la inevitabilidad de la muerte y la incertidumbre sobre si el final de la consciencia es absoluto o no, pero no constituyen pruebas concluyentes de la existencia de un más allá. No obstante, podríamos plantear una hipótesis especulativa: las ECM podrían ser manifestaciones de una dimensión de la consciencia independiente de la actividad cerebral, sugiriendo la posibilidad de que la consciencia persista más allá de la muerte.
La muerte como asíntota
Hace unos años me llamó la atención un artículo en el Huffington Post titulado “La muerte como asíntota” del magnífico médico de familia, Dr. Salvador Casado. En dicho artículo, el doctor Casado expone, al principio, que hablar sobre la muerte “permite tomar nuevas perspectivas de la vida”. En este sentido añade que “la muerte es el límite de todo ser humano, el horizonte de sucesos que rodean su singularidad”. A continuación detalla una hipótesis que me ayudó a desarrollar el capítulo trece de mi novela, titulado “Asíntota”, quizá el más complejo y que pretendo explicar un poco mejor en este post. En primer lugar remito al lector al artículo original en este enlace.
Resumiendo, a lo largo de nuestra vida, nuestro nivel de consciencia se mantiene más o menos uniforme en el tiempo. Cuando dormimos ese nivel quizá varíe (aunque los sueños sugieren otro nivel de consciencia), pero en vigilia se mantiene uniforme. Ahora bien, la hipótesis especulativa del Dr. Casado sugiere que en los instantes previos a la muerte, el ser humano se acerca cada vez más a lo que llama “su horizonte de sucesos”. El “tiempo consciente” se curvaría al igual que hace la luz al acercarse a un agujero negro. En un agujero negro el tiempo se alarga y, en este caso, el “tiempo interior” se dilataría y permitiría explicar las vivencias que relatan los que han experimentado una ECM, como por ejemplo ver pasar la vida en esos instantes dilatados. Para un observador externo solo pasarían unos segundos. Ese “horizonte de sucesos” marcaría una línea o asíntota que fijaría un hito en el tiempo, el momento de la muerte. En principio, desarrollando esta hipótesis, este “tiempo” tendería a infinito sin llegar a tocar esa asíntota.
En mi novela este planteamiento se presenta explicado por un amigo matemático del protagonista mediante el siguiente gráfico:
La línea punteada vertical marca los instantes previos a la muerte física. La asíntota azul marca el momento de la muerte. Entre esos dos tiempos la consciencia se expande en el tiempo e incluiría las experiencias cercanas a la muerte.
Es difícil demostrar algo así y por tanto se trata de una especulación a la que se le pueden añadir los calificativos de atractiva y sugerente, incluso esperanzadora para los que desean que la muerte no sea el final de todo. No obstante algo así tendría algunas consecuencias a considerar:
El tiempo en el mundo real, el de un observador externo (y vivo) continúa tras el instante marcado por la asíntota. Es decir, la consciencia de la persona fallecida ya no existe en el “tiempo real”.
Sería necesario introducir fenómenos cuánticos y relativistas para explicar el fenómeno y de momento no se ha desarrollado ninguna teoría que se pueda comprobar.
Implicaría la existencia de pequeños universos que ya no existen en el tiempo (se han quedado atrás en nuestra flecha del tiempo) y por tanto en nuestra realidad solo quedaría el recuerdo de los fallecidos, no su existencia en este plano temporal.
Habría que explicar qué ocurre con todas esas asíntotas que se dirigen al infinito o al final del universo o, como menciona el Dr. Casado, “hacia ese punto omega que describió Teilhard de Chardin”.
Quizá toda esta especulación emane de nuestro deseo de perdurar. En todo caso me parece que también es una invitación a dejar un buen recuerdo en los que nos rodean y a colaborar en que todos disfrutemos de la existencia.
El ejercicio de la muerte
Antiguamente los monjes cristianos tenían, todas las noches, el llamado ejercicio de la muerte: pensar, imaginar, colocarse delante de la muerte y despertar integralmente para la vida, o sea, para rasgar el velo de la experiencia vital. En otras culturas también se practica: en el budismo, en el taoísmo, en el islam, el judaísmo…, incluso en algunas prácticas de yoga o mindfulness.
Quiero pensar que la escritura de mi novela representa mi propio ejercicio de la muerte, para explorar la incertidumbre, como aprendizaje de la serenidad y de la apreciación necesaria de la vida de todo ser y, sobre todo, para saborear la existencia consciente.
Lo dejamos aquí, por ahora
Este es el primero de tres artículos con este título: “Muerte, consciencia y Más Allá”. Además de esa asíntota hay otras posibilidades que permitirían sugerir que la muerte no es el final de la existencia y pretendo explorarlas en futuras entradas, con algo de ayuda de la psicología y también, ¿por qué no? de la física.
Me parece que ante preguntas existenciales, no debemos temer las respuestas que la ciencia y el universo nos deparan. Como decía Carl Sagan: “Es mucho mejor captar el universo tal como es en realidad que persistir en la ilusión, por muy satisfactoria y tranquilizadora que sea”.